Vivir en la ciudad: una reflexión sobre el consumo

Una vez más me siento sumergida en el consumo descontrolado, producto de estar nuevamente en una ciudad, donde comprar se hace tan fácil, casi casi como respirar.

Durante muchos años pensé que la única forma de estar fuera de esa gran red acaparadora capitalista era mantenerme al margen. Aislarme. Y me resultó muy bien. Conocí y experimenté cosas que de otro modo no hubiera sido capaz de conocer de haber seguido viviendo toda mi vida en la misma realidad. Ciudad, trabajo, vínculos, y eso, repitiéndose día a día. Esa parte fue algo fundamental en mi camino. Cambiar de escenario, experimentar realidades en donde el consumo no fuera parte de la ecuación, como vivir en la naturaleza con recursos muy escasos, porque me hicieron entender mucho sobre la energía y como todo lo es.

Volver a elegir una ciudad

Ahora, volviendo a una realidad de cemento, sintiéndolo tan tangible, me encuentro con que el consumo está más arraigado en mí de lo que hubiera querido aceptar. Porque es muy incómodo hablar sobre el consumo, ya que es algo que nos toca a todos directamente. Aunque si algo aprendí es que cuando puja tan fuerte adentro, el error es no dejarlo salir.

Y hoy, eligiendo estar acá, viviendo en una gran ciudad, con la oferta continua a mi alrededor, me doy cuenta lo fácil que es caer en ella, y lo mucho que tenemos que tratar de observarla, porque sino nos disuelve.

Consumimos más de lo que creemos

Hoy en día el consumo trasciende las fronteras de ir a comprar algo al súper. Consumimos personas, eventos, noticias, redes, sustancias, pantallas. Comienza a convertirse en un acto involuntario, en el que necesitamos todo el tiempo algo nuevo que venga a llenarnos, porque lentamente va apagando nuestra capacidad de crear por nosotros mismos. Siempre dependemos de algo externo que nos resuelva la necesidad. Siempre hay algo fácil y rápido que lo hace por nosotros.

¿Rapidez para qué?

¿A dónde queremos llegar? ¿A ese trabajo que nos estresa? ¿A esa casa que nos abruma? ¿A compartir con esas personas que juzgan y se quejan? ¿A ver esa serie que todo lo que muestra es muerte, engaño y traición? ¿A esa lista interminable de cosas por hacer?

¿Eso es lo que quiero para mí?

Sé que es muy incómodo leer todo esto, aunque también sé que es una realidad que vivimos muchos de nosotros. La mayoría, me atrevo a decir. Yo viví muchos años en ese modo 100% alienada de mi sentir, de mis necesidades reales, y totalmente abocada a este sistema, siguiendo sus reglas al pie de la letra. Alumna modelo. Aunque vinieron varias crisis a despertarme y mostrarme que la vida puede ser de otra manera, como yo elijo que sea. Para eso, mi mejor herramienta fue la de cuestionarme. Y por eso la traigo acá, para que vos también puedas hacerlo.

El contexto nos condiciona

Al estar sumergido en el ritmo de la ciudad, con planes y ofertas continuas, llega un momento en que, por más voluntad que se ponga, nos terminamos sincronizando al contexto. Y vivimos en esta realidad. Podemos escapar de ella por un rato, aunque tarde o temprano, lo que tenemos que ver nos vuelve a encontrar. La vida se encarga de que eso suceda.

El único acto que tenemos a disposición para salirnos de esta rueda infinita de placeres instantáneos que nos llevan a la frustración y a alejarnos de nuestro verdadero yo, es frenar un momento, por muy desafiante que se pueda poner, por más aburrido que sea, y cuestionar. Observarme. Porque con el consumo lo que tapamos es lo que nos duele ver de nosotros. Y es sumamente fácil hacerlo, aunque sus consecuencias son siempre mayor abrumación y desconexión, porque solo hace foco en lo superficial, en el tener, y no en la profundidad del ser.

No puedo sumarme a cada plan que aparece, porque después me abrumo y me olvido de quien soy. Necesito espacio de vacío para conectar conmigo. Mi cuerpo no necesita tanto alimento, porque después se siente pesado y me cuesta moverme y activar. Mi mente no puede estar activa las 24hs del día, necesita oxigenarse y parar.

¿Para qué tanto?

Más, más, más. Siempre más cosas, más amigos, más actividades, más comida. ¿Para qué? Si lo único que vamos a llevarnos es lo que experimentamos.

Sumando más lo que logramos es cargarnos, sumarnos peso a nuestras espaldas, a nuestros cuerpos, para que sigamos formando parte de esa gran rueda de consumo, en la que trabajamos millones de horas, en lugares que no nos gustan, para gastar en cosas que no necesitamos.

Cuestionar para elegir

¿Qué estoy pagando? ¿Qué estoy eligiendo? ¿En qué invierto mi tiempo? Porque cada cosa que hacemos significa algún tipo de consumo, y casi no somos capaces de darnos cuenta de eso. Estamos tan inmersos en este sistema que olvidamos de dónde viene todo, que los repollos no crecen en film plástico y que para que eso exista, se tuvo que poner energía al servicio de la creación de ese bien. Todo para que alguien lo compre y lo tire a la basura al instante.

El consumo no es sólo lo que hacés día a día, es también lo que ya tenés en tu vida. Es lo que consumiste en algún punto de tu existencia, por decisión propia de compra, acertada o errada, por regalo, intercambio, olvido de otro; por el motivo que sea, no importa el cómo llegó a vos, lo que nos interesa es que está ahí y que ocupa un espacio en tu vida. Un espacio que podría estar libre para recibir otra energía que esté alineada a quién sos en este momento. No a quién fuiste hace varios años, y pasó el tiempo y sigue ahí, arrumbada.

El poder de las pequeñas acciones

La finalidad de esta reflexión no es que te conviertas de un día para el otro en minimalista (salvo que así lo desees), y si bien sé que tiene muchísimos beneficios, no estoy aquí para adoctrinarte. Sino más bien para ayudarte a que te cuestiones los hábitos y patrones silenciosos que vienen operando en tu vida y que determinan tu presente, que de algún modo, te está incomodando y querés modificar, para que tu consumo se transforme en algo que esté alineado a quién sos, o más bien, a quién querés ser.

Si queremos que algo cambie, que las temperaturas no sean tan altas, o que nuestra vida sea diferente, lo único que nos queda es comenzar a cuestionar nuestro consumo. Todo está conectado, y cada acción que hacemos tiene una consecuencia. Si dejamos de darle importancia a lo que hace el otro y de compararnos, por más que parezcan granos muy pequeños de arena en un desierto, esos pasos se van acumulando y van generando el efecto dominó.

Probá hacerlo diferente esta vez:

  • la próxima que uses dinero, fijate en qué lo estás por gastar, si realmente lo necesitás, y eso que decidís comprar, ¿en qué envase viene? ¿cómo se hace? ¿puedo reutilizarlo para otro fin? o sino ¿cómo lo descarto?;
  • cuando te topes con algo en tu casa y digas: ¿para qué tengo esto? en vez de dejarlo de lado o meterlo en un cajón, dedicarle ese minuto a ver qué hacés con él;
  • cuando veas o hables con una persona con quien ya no te sentís bien compartiendo, puedas decirle, gracias y hasta luego, no te vas a quedar solo por hacerlo;
  • cuando estés por ponerte a ver una serie, mirar antes la estantería, que seguro algún libro de los que ya tengas pueda interesarte, o algo que pintar, o alguna manualidad que crear..

Cuestionar es el mejor hábito que podemos cultivar, porque nos lleva a hacer consciencia, y cuando hacemos consciente algo, somos capaces de modificarlo. Y para que las cosas cambien, necesitan el espacio y contexto para suceder diferente.

Este blog nace de mi necesidad de cuestionarme, de mirar mi camino con honestidad, y de compartir las pequeñas acciones que sé que pueden hacer la diferencia.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *